Por fin, después de décadas de investigaciones, fueron develados los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano, uno de los relojes biológicos fundamentales de los seres vivos.
Tres científicos estadounidenses fueron distinguidos este año con el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre la sincronización circadiana con las revoluciones de la Tierra.
Circadiano surge de las palabras latinas "circa", alrededor, y "dies", día. Circuitos moleculares “alrededor del día” que surgieron con los primeros seres vivos y se conservan intactos hasta hoy.
La sincronización se inicia con la luz. Al detectar la salida del sol, la retina (aun en personas ciegas) pone en hora el reloj biológico del cerebro, ajustando otros relojes ubicados en células, órganos y tejidos que –entre otras funciones– regulan la temperatura corporal, la presión sanguínea y la liberación de hormonas.
Al caer el sol, se activan otras, como melatonina, hormona que induce el sueño.
El ritmo circadiano permite el reconocimiento del ritmo día/noche, fundamental para el mantenimiento de la salud.
Porque cuando algo altera dicho ritmo (la iluminación artificial o el jet lag), se modifican procesos como patrones de conducta, se acelera el envejecimiento celular y hasta se retrasa la cicatrización de heridas.
Fue en 1881, en la primera Exposición Internacional de Electricidad en París, cuando se inició la influencia de avances tecnológicos en la vida cotidiana. Desde entonces hasta la iluminación urbana, sólo transcurrieron décadas, con lo que la luz artificial se transformó en uno de los principales perturbadores del ritmo circadiano.
Durante el sueño, el cerebro lleva a cabo "tareas de limpieza neuronal”, ahorrando energía y disminuyendo el estrés celular, a la vez que activa funciones de memoria y aprendizaje. Potencia lo necesario “podando” lo inútil, lo que satura. Se limpian sustancias de alta toxicidad, como la beta-amiloide, implicada en la enfermedad de Alzheimer, y otras proteínas vinculadas con enfermedades neurodegenerativas. Otros estudios revelan también deficiencias en el sistema inmune en aquellos que duermen poco o mal.
En niños, es difícil medir este dato, pero se estima que la mayoría de los escolares duerme menos de lo que necesita, considerando humores, despertares y enfermedades asociadas al mal descanso.
Como durante la infancia y adolescencia se forman y refuerzan conexiones neuronales (sinapsis) con una frecuencia extraordinaria –irrepetible en cualquier otra etapa de la vida–, se considera que la higiene del sueño es una obligación para prevenir enfermedades.
Lo recomendado según la edad varía de 12 a 16 horas (incluidas siestas) para el primer año de vida; 11 a 14 horas en el segundo año; 10 a 13 horas entre los 3 y 5 años; 9 a 12 entre los 6 y 12 años; y 8 a 10 horas entre los 13 y 18 años.
Estas sugerencias parecen inalcanzables, considerando el ritmo y las actividades infantiles actuales; sin embargo, algunas rutinas ayudan.
Las madres que lactan no deberían consumir sustancias excitantes como café, té, mate, alcohol o tabaco que lleguen al bebé.
La cena de los escolares debería ser ligera y, al menos, una hora antes de acostarse.
El insomnio es casi inevitable en chicos que desarrollan actividad física intensa al final del día.
Las siestas, para aquellos afortunados que cortan el día, no deberían superar los 30 minutos, para no desorganizar el descanso nocturno.
Acostarse y levantarse siempre a la misma hora facilita que el cuerpo consiga un ritmo de sueño/vigilia estable.
Los dormitorios deberían limitarse a ser justamente sitios para dormir y no salas de recreación.
Y lo más difícil: limitar el uso de aparatos electrónicos antes de dormir, tarea (¿imposible?) con adolescentes.
No se trata sólo de dormir, sino de cuidarles el cerebro.
Por Enrique Orchanski - Médico
Tres científicos estadounidenses fueron distinguidos este año con el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre la sincronización circadiana con las revoluciones de la Tierra.
Circadiano surge de las palabras latinas "circa", alrededor, y "dies", día. Circuitos moleculares “alrededor del día” que surgieron con los primeros seres vivos y se conservan intactos hasta hoy.
La sincronización se inicia con la luz. Al detectar la salida del sol, la retina (aun en personas ciegas) pone en hora el reloj biológico del cerebro, ajustando otros relojes ubicados en células, órganos y tejidos que –entre otras funciones– regulan la temperatura corporal, la presión sanguínea y la liberación de hormonas.
Al caer el sol, se activan otras, como melatonina, hormona que induce el sueño.
El ritmo circadiano permite el reconocimiento del ritmo día/noche, fundamental para el mantenimiento de la salud.
Porque cuando algo altera dicho ritmo (la iluminación artificial o el jet lag), se modifican procesos como patrones de conducta, se acelera el envejecimiento celular y hasta se retrasa la cicatrización de heridas.
Fue en 1881, en la primera Exposición Internacional de Electricidad en París, cuando se inició la influencia de avances tecnológicos en la vida cotidiana. Desde entonces hasta la iluminación urbana, sólo transcurrieron décadas, con lo que la luz artificial se transformó en uno de los principales perturbadores del ritmo circadiano.
Durante el sueño, el cerebro lleva a cabo "tareas de limpieza neuronal”, ahorrando energía y disminuyendo el estrés celular, a la vez que activa funciones de memoria y aprendizaje. Potencia lo necesario “podando” lo inútil, lo que satura. Se limpian sustancias de alta toxicidad, como la beta-amiloide, implicada en la enfermedad de Alzheimer, y otras proteínas vinculadas con enfermedades neurodegenerativas. Otros estudios revelan también deficiencias en el sistema inmune en aquellos que duermen poco o mal.
¿Cuánto dormimos?
Desde hace un par de décadas, la media de sueño nocturno en adultos ha disminuido unas dos horas.En niños, es difícil medir este dato, pero se estima que la mayoría de los escolares duerme menos de lo que necesita, considerando humores, despertares y enfermedades asociadas al mal descanso.
Como durante la infancia y adolescencia se forman y refuerzan conexiones neuronales (sinapsis) con una frecuencia extraordinaria –irrepetible en cualquier otra etapa de la vida–, se considera que la higiene del sueño es una obligación para prevenir enfermedades.
Lo recomendado según la edad varía de 12 a 16 horas (incluidas siestas) para el primer año de vida; 11 a 14 horas en el segundo año; 10 a 13 horas entre los 3 y 5 años; 9 a 12 entre los 6 y 12 años; y 8 a 10 horas entre los 13 y 18 años.
Estas sugerencias parecen inalcanzables, considerando el ritmo y las actividades infantiles actuales; sin embargo, algunas rutinas ayudan.
Las madres que lactan no deberían consumir sustancias excitantes como café, té, mate, alcohol o tabaco que lleguen al bebé.
La cena de los escolares debería ser ligera y, al menos, una hora antes de acostarse.
El insomnio es casi inevitable en chicos que desarrollan actividad física intensa al final del día.
Las siestas, para aquellos afortunados que cortan el día, no deberían superar los 30 minutos, para no desorganizar el descanso nocturno.
Acostarse y levantarse siempre a la misma hora facilita que el cuerpo consiga un ritmo de sueño/vigilia estable.
Los dormitorios deberían limitarse a ser justamente sitios para dormir y no salas de recreación.
Y lo más difícil: limitar el uso de aparatos electrónicos antes de dormir, tarea (¿imposible?) con adolescentes.
No se trata sólo de dormir, sino de cuidarles el cerebro.
Por Enrique Orchanski - Médico
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